La Fuente de los seis caños – Madrigal de la Vera

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En la actual España rural vaciada se han perdido muchos usos y costumbres. El progreso y el brutal desarrollo tecnológico se han llevado por delante muchos ritos. El pueblo de Madrigal de la Vera, al igual que muchos otros en toda la geografía española, carecía de agua corriente y de los más elementales servicios e infraestructuras. Era generalmente la mujer la encargada de llevar el agua a casa desde las fuentes públicas de la localidad. Aunque en la actualidad esto pueda parecer extraño, era la manera en que la gente se proveía de agua para su uso diario.
La plaza de Machaderos domina el centro del pueblo y debe su nombre a que en ella se majaba el lino cuando esta fibra se cultivaba en Madrigal. Es una plaza accesible y fue siempre lugar de encuentro y paso obligado a la parte alta del pueblo. A ella llegan seis calles y en ella radicaban dos fuentes, ambas con seis caños: una para surtir agua a casi todo el vecindario; otra, para abrevar los animales. En la actualidad, no se conserva ninguna de las fuentes originales, pero existe una fuente, también de seis caños y de construcción más reciente.
En la España gris de la posguerra se hacía mucha vida en la calle. A la espalda de ambas fuentes, en una reducida meseta, donde el cine Alcázar exponía las carteleras de la película del domingo, los chicos jóvenes se reunían para charlar después de la jornada laboral y para ver llegar a las muchachas que, con el cántaro al cuadril, se acercaban a la fuente para llevar agua a sus casas. Esta estampa era uno de los exponentes de los usos y costumbres de Madrigal a mediados del siglo XX y que en el pueblo servía como forma de crear nuevas parejas. Fraguasen o no estás parejas, lo que sí cristalizó fue la costumbre de que las muchachas en edad de merecer saliesen con el cántaro a la fuente a buscar agua y pareja.
La muchacha llegaba con el cántaro vacío y, mientras la vasija de barro se llenaba, miraba distraída al grupo de muchachos apostados al otro lado. Entre los jóvenes hay un chico que la contempla con especial atención; también ella lanzaba alguna mirada tímida. La muchacha regresa a casa con el cántaro lleno, aunque se cuenta que no era raro que vaciaran el cántaro a propósito para volver a la fuente y ver al chico que les interesaba.
La escena se repite durante varios días, pero la mirada del chico ahora era atrevida y pronto se establecía un juego de miradas cómplices, ilusionadas. La atracción iba en aumento hasta que el muchacho se acercaba a la chica. El joven terminaba por acompañarla hasta la esquina de su casa, pero no más allá para evitar ser vistos por la familia de la joven. Durante semanas caminaban separados por más de medio metro, pero con el tiempo la distancia entre ambos se acortaba y, a veces rozaban sus dedos y entrelazaban las manos.
La plaza de Machaderos y la fuente de los Seis Caños fue el enclave donde muchos madrigaleños decidieron unir sus vidas. Hoy, en el rápido y cambiante siglo XXI, aquellas costumbres nos parecen lejanas y cuesta captar la importancia que esta plaza y su fuente tuvieron en el pasado de la población verata. Ahora ni el agua se lleva en cántaros ni es aliciente para que las parejas se ennovien. La vieja fuente fue sustituida por una nueva y aunque el trasiego que conoció la plaza tan solo es parte del pasado, todavía se organiza una ronda y se escucha el estribillo de una vieja canción, cuyos ecos resuenan en la memoria de algunos veratos: “Que sí, que sí, que no, que no, a por agua al caño…”. Ha intervenido en este episodio Mónica Esteban.