Relato 21- El arte de cometer errores

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Llegamos temprano a Kazbegui y decidimos buscar hotel. Al destino, cuanto le das rienda suelta, siempre acaba poniéndote en el lugar menos pensado, y así improvisando y sin saber lo que iba a acontecer ese día, fue como disfrutamos de un delicioso desayuno con viandas, que ni tan siquiera sabíamos, que ya echábamos de menos. Mientras que la gula de los clientes del hotel dirigía a éstos hacia la sección de dulces, a nosotros nos lanzaba, sin vergüenza, hacia el pan francés recién horneado, la mozzarela y cómo no, hacia el jamón aunque, lamentablemente, fuese de Parma.

El paisaje que se apreciaba desde el hotel era majestuoso, así que decidimos que los escandalosos laris extras que costaba una habitación con vistas, se podrían amortizar con las fotos que íbamos a hacer desde la habitación, a la mañana siguiente y por la tarde, cuando volviésemos de nuestra ruta.

El azar quiso que decidiéramos dejarnos sorprender por el valle del alto Térek, en las inmediaciones de la frontera rusa. Dejamos la iglesia de la trinidad de Gergeti, el símbolo de Georgia, en la cima de una montaña escarpada, rodeada por la inmensidad del monte Kazbeg y continuamos hacia Kobi, para encarar el valle sinuoso que nos adentraba hacia Okrokana y el gran Cáucaso.

Los turistas desaparecieron y nos encontramos solos, caminando en la estrecha garganta, de origen volcánico, del rio Trousso. Las fuentes de agua caliente, gaseosa y ferruginosa adornaban el paisaje con colores imposibles y las cataratas ricas en carbonato cálcico, que se han ido sedimentado sobre la roca, formaban un paisaje parecido en cierta forma al de Pamukkale en la Capadocia.

Andábamos absortos en la contemplación de estos paisajes cuando, de repente, varios caballos a galope nos pasaron desde detrás, por el lado, dándonos un gran susto. Con el corazón agitado, insultamos a los locales por su imprudencia, bebimos un poco de agua y continuamos siguiendo el curso del rio. Justo cuando el rio hizo un quiebro hacia la derecha, fue cuando nos encontramos frente a un amplio valle, por donde solo faltaban los mismos jinetes de Rohan, para parecer como recién sacado del libro de Tolkien “El Señor de los Anillos”. La vista era grandiosa, al fondo, muy a lo lejos, se divisaba el pueblo de Kétrissi, con varias torres semiderruidas. El río serpenteaba por el valle, mientras que caballos, vacas y ovejas pastaban en la llanura. Sin presentir lo que se nos venia encima, hicimos fotos, tomamos una bocanada de aire fresco y continuamos por el sendero que bordeaba el río.

El error ya estaba hecho, cuando nos percatamos que un perro pastor, de los que cuidaba el ganado, nos estaba observando. El segundo error fue mantener contacto visual con él. El enorme perro era blanco como el armiño y yo, no podía dejar de mirarlo. En cuestión de segundos, cinco perros como salidos de la nada estaban rodeándonos. Habíamos cometido la imprudencia de caminar por el sendero, que separaba el rebaño de sus guardianes, los perros. Nunca en mi vida, creo que he sentido tanto miedo. Solo pude apreciar, que otro de los inmensos perro que nos ladraba, era gris. Cuando ví sus colmillos, cerré los ojos, y casi sentí, que mi vida se iba a acabar allí mismo, desgarrada por aquellas fauces. Todavía hoy me pregunto, como tuvimos el valor de alzar los bastones que utilizamos para andar, amedentrando un poco así, a la jauría de perros y, poco a poco, reculando muy despacio, no sé como logramos salir de allí.

Cuando por fin regresamos al hotel, las piernas todavía nos temblaban, y como tocados por una oscura maldición, la neblina que nos recibió se fue convirtiendose en una espesa niebla que duró hasta el dia siguiente en que dejamos el hotel impidiendo las vistas prometidas.

Hay días en que la suerte parece que contempla con desdén las desventuras de este pequeño mundo nuestro. Tocaremos madera.