Relato 20 – Anatomía de un Paseo por la Cueva de Prometeo.

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Llegamos a media tarde a la cueva de Kumistavi, justo cuando los rayos del sol de agosto, empezaban a hacer alargadas las sombras de los arboles. Decenas de turistas esperábamos, impacientemente, arremolinados en un estrecho vestíbulo. La puerta se abrió súbitamente y una guía, dejándose la garganta en ello, comenzó a dar instrucciones en varios idiomas, tratando de dirigir, sin conseguirlo, al enorme grupo, que se disponía a visitar el kilómetro y medio de galerías subterráneas, que se pueden explorar en la, también llamada, cueva de Prometeo.

Prometeo fue el Titán, que junto con Epimeteo, recibió la tarea de crear al hombre. Después que Zeus prohibiera a los hombres el fuego, Prometeo decidió robarlo, así que subió al monte Olimpo, lo cogió del carro de Helios y consiguió devolverlo a los hombres. Como resultado de esto, Zeus ordenó a sus sirvientes apresar al inmortal Prometeo, llevarlo a las montañas del Cáucaso y encadenarlo a una roca, donde cada día un águila lo atormentaba comiendo su hígado.

A pesar de mi esfuerzo, en mi mente, Prometeo, no acudía a la cita. Mi mente vagaba por mi viejo instituto, exactamente en clase de filosofía y casi, a pesar del olor a humedad y del repentino frio, podía escuchar como mi profesor, con esa ronquera crónica que tenia, nos explicaba el mito de la caverna. Recuerdo muy bien como me imaginé la caverna, con la cual Platón intentaba describir la ignorancia del hombre, cuando el alma pierde todo detalle de lo que había visto en el mundo de las ideas. Sin darme cuenta, la cueva de Kumistavi se había convertido en la cueva de Platón.

Tras descolgarnos voluntariamente del grupo, nos dejamos deslumbrar por las estalactitas, las estalagmitas, las cascadas petrificadas, los lagos y ríos subterráneos, y la artificial iluminación de las 6 grandiosas salas. Sin quererlo, mi mente divagaba y proyectaba, en esta húmeda cueva, a los presos de Platón atados con cadenas, de espaldas al fuego, contemplando las sombras, su única realidad. Entre murciélagos, que volaban por los altos techos de la cueva, fui recordando, como mi profesor, desprendiendo ese olor a tabaco dulce, nos contaba como a un prisionero de aquellos, se le obligaba a salir de la cueva y mirar los objetos con la luz del sol, para comprender lo que realmente estaba viendo.

Despues de una hora de paseo, por la misteriosa y sombría cueva, montamos en la última barca para salir a la superficie por el rio subterráneo. Yo absorta en mis pensamientos, mientras la barquichuela se deslizaba por frías y cristalinas aguas, me encontré dejando el instituto y acudiendo a la Casa de Cultura, donde una tarde fría de invierno, se proyectó Matrix, la version moderna del Mito de la Caverna. Con un jersey de rayas de colores y despeinada, me ví a misma, viendo a Neo escogiendo la pastilla que le ayudaría a descubrir el mundo falso en el que vivía.

No sé porque mi mente me llevó, aquella tarde, por estos derroteros. Tampoco sé cual es mi verdad, y no me apetece saber si lo que percibo, es una sombra o una ilusión. Supongo, que habrá que dejarse llevar por la intuición y confiar en la voz interior, que te dice por donde ir.

Esperemos que no aparezca Morfeo, para ofrecerme la pastilla roja.